🜔 EL GRANATE: SEMILLA ÍGNEA DE PROTECCIÓN. Carbunclo, Perséfone y la chispa que no se apaga
Granates facetados en joya Art Nouveau – Arcane Domus
Bajo el nombre de granate agrupamos un conjunto de silicatos alumínicos (almandino, piropo, espesartina, grossularia…), pero en la Antigüedad todos fueron reconocidos por una imagen unitaria: la brasa encendida. Teofrasto, en su De Lapidibus, ya habla del anthrax (carbón ardiente); Plinio (HN 37) recoge la voz carbunculus, “pequeño carbón”, para designar las gemas de fulgor rojo que parecían guardar fuego en su interior. En la Edad Media, los lapidarios cristianos conservarán ese nombre: carbunclo, la piedra que “brilla en la noche”.
El rojo incandescente la convirtió en piedra funeraria y guerrera a la vez. En tumbas romanas y helenísticas se incrustaban cuentas de granate como talismanes de tránsito; en el mundo germánico y anglosajón, la orfebrería cloisonné (Sutton Hoo, hallazgos merovingios) utilizó granates engastados en oro para adornar fíbulas, espadas y hebillas, con el efecto de brasas multiplicadas: pequeñas hogueras atrapadas en metal.
El granate se asoció además con el fruto de la granada. Su nombre medieval, granatus, procede de la semejanza con sus semillas, vinculadas en los mitos al descenso de Perséfone al Hades. Cada grano de granada es semilla y sangre; cada grano de granate, brasa y vida. El mito dio a la piedra una resonancia doble: guarda calor en la muerte y fertilidad en la ausencia.
En la literatura medieval latina, se decía que el carbunclo iluminaba cámaras subterráneas. Marco Polo refiere haber oído hablar de carbunclos que brillaban en coronas de reyes orientales. No importa si tales relatos eran hipérbole: lo esencial es que el granate se entendía como piedra-luz, una chispa perpetua en lo oscuro.
Hildegarda de Bingen, en su Physica, recomendaba el granate para infundir alegría al corazón y proteger contra la melancolía. Su efecto no era solo óptico, sino anímico: la vista del rojo fulgurante se transformaba en estímulo vital.
El granate es, en síntesis, una semilla ígnea: condensa fuego en grano, memoria en mineral. Protege al viajero y al combatiente, al difunto y al amante. Es talismán de ida y de vuelta, porque recuerda que todo regreso necesita de una chispa que no se extinga.
✦ Bibliografía
-
Teofrasto, De Lapidibus (anthrax).
-
Plinio el Viejo, Naturalis Historia 37 (carbunculus).
-
Marbode de Rennes, Liber Lapidum, s. XI–XII.
-
Anna Gannon, The Iconography of Early Anglo-Saxon Coinage, Oxford, 2003.
-
Jack Ogden, Jewellery of the Ancient World, Rizzoli, 1982.
-
Hildegarda de Bingen, Physica (s. XII).
-
Marco Polo, Il Milione (mención a carbunclos en Oriente).