🕯️ BRUJERÍA IBÉRICA EN LA NOCHE DE DIFUNTOS – ARCANE DOMUS

 

“Ilustración Art Nouveau de una bruja con panes de ánimas ante un altar, hoguera y cementerio iluminado en la Noche de Difuntos.”

“Brujería ibérica en la Noche de Difuntos: hogueras, panes y lámparas para las ánimas”

La noche del 31 de octubre al 1 de noviembre, mientras en otros lugares se multiplican las calabazas sonrientes y los disfraces de plástico, en la península ibérica persiste una memoria más oscura: hogueras que arden en plazas, mesas donde se dejan panes y vino para los ausentes, cementerios que se iluminan como si fueran ciudades de fuego. La Noche de Difuntos fue siempre, aquí, una geografía de brujas y ánimas.

Antes de la globalización del Halloween anglosajón, nuestras aldeas ya sabían que esa era la noche en que los muertos volvían. Y las brujas, en particular, eran las intérpretes de esa visita.


🔥 Magostos y hogueras para los muertos

En Galicia, los magostos han marcado durante siglos la llegada del invierno y la visita de las almas. Las familias encienden hogueras y asan castañas que se comparten entre vivos y difuntos. Cada castaña representa un alma: comerlas o lanzarlas al fuego significaba acompañar y liberar a los muertos.

Antonio Fernández de Rota recoge testimonios en los que el magosto no era solo una fiesta, sino un acto de comunión con los antepasados (Antropología de las fiestas de difuntos en Galicia, 2001). Julio Caro Baroja ya había advertido que las hogueras de ánimas eran herencia directa de los ritos célticos del fuego, reinterpretados bajo la sombra del cristianismo (Las brujas y su mundo, 1961).


🕯️ Lámparas y cementerios encendidos

En Andalucía y Murcia, la costumbre era llenar los cementerios de velas y lámparas de aceite durante toda la noche. Se creía que si una tumba quedaba sin luz, el alma se extraviaba y podía regresar inquieta a su casa.

Carmelo Lisón Tolosana documentó cómo la luz no era solo devoción, sino un mecanismo de control simbólico del tránsito (Las brujas en la historia de España, 1992). Una tumba oscura equivalía a un alma peligrosa, y las brujas eran las encargadas de interpretar los signos si la lámpara se apagaba antes de tiempo.


🍞 Panes de ánimas y banquetes invisibles

En Castilla, Extremadura y Portugal, la mesa de Difuntos se convertía en altar. Se cocían los llamados panes de ánimas, que no podían tocarse hasta que los muertos hubieran “comido” su parte invisible. En algunos pueblos se dejaba comida en la mesa toda la noche; retirarla antes del amanecer era considerado una ofensa grave.

José Cavazzi recoge que en Portugal se repartían panes y vino entre pobres, que actuaban como representantes de las ánimas (Costumbres y supersticiones populares en Portugal, 1987). María Cátedra añade que en la Castilla rural “la comida en la mesa de difuntos no era un gesto piadoso, sino un pacto: lo que se ofrece calma a los muertos, lo que se niega atrae su resentimiento” (La muerte y otros mundos, 2003).


🌑 La bruja como medianera

En este tejido de hogueras, luces y panes, la bruja ocupaba un lugar preciso: era la intérprete del umbral. No hacía falta invocar, porque los muertos ya estaban allí; su papel era escuchar, leer señales, interpretar ruidos y reflejos.

Lisón Tolosana habla de “mujeres sabias que traducen los signos de la noche, aquellas que saben si el muerto viene en paz o trae reclamaciones” (Antropología cultural de Galicia, 1971). El humo de las hierbas, el movimiento de las llamas, el sueño premonitorio de esa noche: todo era campo de lectura para la bruja ibérica.


🌌 De rito ancestral a superstición moderna

Con el paso de los siglos, estas prácticas se redujeron a gestos residuales: encender una vela, comer castañas, rezar por las almas. La Iglesia absorbió lo que pudo y condenó lo demás. El Halloween global ha terminado de diluirlo bajo capas de consumo.

Pero la raíz sigue ahí: la península ibérica ya tenía su propio Halloween, mucho antes de las calabazas. Y no era una fiesta inocente, sino una negociación peligrosa con los muertos.


La brujería ibérica de la Noche de Difuntos no estaba en máscaras de carnaval, sino en hogueras, panes, lámparas y vasos de agua. Era la certeza de que, durante unas horas, los muertos regresaban a cenar con los vivos, y solo las brujas sabían descifrar sus mensajes.


Referencias

  • Caro Baroja, Julio. Las brujas y su mundo. Madrid: Alianza, 1961.

  • Lisón Tolosana, Carmelo. Las brujas en la historia de España. Madrid: Akal, 1992.

  • Lisón Tolosana, Carmelo. Antropología cultural de Galicia. Madrid: Akal, 1971.

  • Fernández de Rota, Antonio. Antropología de las fiestas de difuntos en Galicia. Santiago: Xunta de Galicia, 2001.

  • Cavazzi, José. Costumbres y supersticiones populares en Portugal. Lisboa: Presença, 1987.

  • Cátedra, María. La muerte y otros mundos: imaginarios y rituales en la Castilla rural. Madrid: Akal, 2003.

  • Ortiz de la Torre, José Manuel. Ritos y creencias de la muerte en Castilla y León. Valladolid: Junta de Castilla y León, 1997.



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